Fue en la primavera, la estación de la salvia viva en las plantas, que
se resolvió la vida y la muerte de Gustavo Leguizamón. El hombre que hoy
cumpliría 100 años, nació a mitad de la mañana del 29 de septiembre de
1917 en la ciudad de Salta y se apagó dos días antes de cumplir los 83
años, el 27 de septiembre de 2000.
Cantó con el coro
universitario, jugó rugby, enseñó historia y filosofía, fue diputado
provincial, ejerció la profesión de abogado por unos 30 años, pero sobre
todo fue apasionado por la buena música, la clásica y la de raíz
folklórica, que ayudó a expandirse y a la que dotó de una asombrosa
expresividad con su piano.
Para saber quién era el Cuchi hay
que ir tras la huella de su obra, luminosa desde lo musical y lo
poético. Además de componer con la fuerza expresiva de su piano,
escribió bellos poemas para, por ejemplo, Ernesto “Che” Guevara, rescató
personajes olvidados entre los cerros altos y se permitió siempre la
crítica, con la mirada puesta en el folklore como género rico a partir
del cual podía revolucionar.
Al Derecho y al revés
Su
camino musical arrancó al revés. “No debí haber sido nunca abogado.
Pero me equivoqué por mi testarudez. Mi padre me preguntó qué iba a
estudiar y yo le dije Derecho. Mi padre me dijo que estaba loco porque
yo era músico y eso debía estudiar. Le dije que si me recibía de músico
sólo iba a tocar en el cabaret de Salta. Entonces pensé en estudiar
Derecho primero, hacer unos pesitos y luego dedicarme a la música.”
“Cuando seas grande -le dijo su padre- te vas a dar cuenta de la
barbaridad que has hecho.” Así fue.
Leguizamón se recibió de
abogado en la Universidad Nacional de La Plata en 1945. Pero por sus
venas corría la música como un reguero melódico incontrolable. Unió
ambas cuestiones en “Chacarera del expediente”, donde narra las
injusticias del sistema judicial, con sorna y picardía.
El
hombre que un día se hartó de “vivir en la discordia humana” dejó el
ejercicio de la abogacía después de 30 años de profesión. La música lo
había liberado “de la vergüenza de vivir de la discordia de los demás”.
Dijo eso ante un grupo de abogados, que se enojaron. “Por fin vi un
enojo justo”, bromeaba el Cuchi.
Admirador de la baguala, decía
que “toda gran zamba encierra una baguala dormida: la baguala es un
centro musical geopolítico de mi obra” en la que convivía Johann
Sebastian Bach, Gustav Mahler, Maurice Ravel, Igor Stravinsky, Arnold
Schönberg y sobre todo de Beethoven.
“De su forma de tocar el
piano, explicaba: “Hablan las dos manos, en vez de que una hable y la
otra se quede callada”. Tanto amaba al piano que siendo diputado entabló
jugosas polémicas ante la prohibición de poder importar pianos.
La dupla con Castilla
En
los años 40, Gustavo se hizo amigo del hijo del jefe de la estación de
trenes de Cerrillos. Hablaban de música, leían poemas, compartían
veladas nocheras de vino y canción. Ese muchachito iba a formar con
Leguizamón una dupla histórica. El hijo del ferroviario se llamada
Manuel y su apellido era Castilla. Juntos hubieron de marcar un quiebre
en la música argentina, no solo en el folklore.
Puestos en el
aprieto de contar cuan lejos han llegado sus músicas nombramos apenas
cinco de sus tantísimas composiciones: “Zamba de Juan Panadero”, “La
Pomeña”, “Maturana”, “La Arenosa”, “Balderrrama”, “Si llega a ser
tucumana”, “La zamba del laurel” como para significar la trascendencia
de una obra que a 100 años de su nacimiento sigue vigente en los
canciones de músicos de todas las edades y todos los ritmos. Porque el
Cuchi trascendió la figura del músico de folklore para ser materia de
otros géneros, admirado por músicos de aquí y allá. Se hizo amigo de un
tal Luis Alberto Spinetta, de Fito Paez y de Litto Nebbia, quien le
produjo un disco doble.
Cuando el Cuchi ya era el Cuchi vio
pasar a su lado a un joven que iba en bicicleta silbando la “Zamba del
pañuelo”. Lo paró, le preguntó qué era eso que silbaba, el chico le dijo
“No se, me gusta y lo silbo”. “Esa es la función social que tiene la
música”, reflexionaba Leguizamón, quien compuso “La zamba del silbador”,
con letra de Manuel Castilla.
El Dúo Salteño (Patricio
Jiménez-Chacho Echenique) fue el mejor traductor de la profundidad de su
música y de la poesía de Castilla. Formaban , en rigor de verdad, un
trío, con los arreglos de Leguizamón y la honda delicadeza del dúo.
La música y el país
“La
música no es para llenarse de oro con los sordos, pero muchos creen que
sí. El tema es que los sordos no pagan para oír música, pagan para no
oír música. No se puede hace nada con los que no oyen buena música,
tampoco se puede hacer nada con los que nacieron con un banana en la
oreja”, decía en una entrevista mientras mascaba el acuyico.
Por
eso detectaba a enemigos de la cultura que querían el atraso del país.
Lo decía en los años 90, cuando él veía el avance “de la pérdida de
nuestra identidad para que no sepamos quiénes somos. Quieren inventarnos
una música extraña, absurda y estúpida para tratar de imponerla sobre
nuestra tradición musical que es fabulosa. Saben que perdiendo la
identidad están matando a un país y por eso lo hacen. Quieren ocultar
nuestra música”, denunciaba en una entrevista.
Decía que era
como un árbol, incapaz de vivir si alguien los desenterraba de Salta y
se lo llevaba a otro lado, a cualquier lugar que estuviera lejos de esa
tierra que ahora lo abraza desde la entraña en la cual el Cuchi sembró
su música, más allá de toda muerte.
Fuente: Folckloreclub.
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Cuchi Leguizamón: a 100 años del nacimiento de un irrepetible del folklore argentino
Por los Senderosde Argentina