Notable compositor e intérprete, era hijo de correntinos, nació en Buenos Aires, obtuvo reconocimiento en París y enriqueció con su obra la tradición chamamecera.
Tal como le pasó a muchos otros, Raúl Barboza tuvo que destacarse en París para que lo reconocieran en Buenos Aires. Pero ese doble espaldarazo de prestigio no fue suficiente para que lo admitieran en el panteón correntino, más exigente con la presunta pureza de su chamamé. Barboza llevaba con dignidad el reconocimiento crítico y la indiferencia masiva que despertaba su arte. Era, más allá de reticencias y fundamentalismos ajenos, un embajador itinerante de la música litoraleña y en cada viaje, en cada disco, en cada show, desperdigaba jirones de su inmensa cultura ancestral. Se murió ayer, a los 87 años, en el Barrio Latino de París donde vivía desde la década del 80.
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Por los Senderosde Argentina